Texto: Leonardo Tello Imaina, Kukama – Director de Radio Ucamara (Twitter: @RadioUcamara) | Fotografía: OjoPúblico
Fuente original: https://ojo-publico.com
Cada vez que ocurre un derrame de petróleo, la preocupación hormiguea en el rostro de los kukama del Bajo Marañón. Pero no solo ellos sufren; esa angustia se extiende más allá de los humanos. Los kukama sienten un profundo pesar por lo que les sucede a las otras “gentes”, aquellos seres no humanos con los que conviven.
Los constantes derrames de petróleo han despertado brutalmente la memoria de los pueblos indígenas. Han traído de vuelta los recuerdos de promesas incumplidas, de un supuesto desarrollo que nunca llegó, y de la falsa moral de quienes justifican la explotación.
También han expuesto el lado más cruel de los gobiernos y las empresas, que repiten el mismo discurso de progreso con nuevos rostros, como si los pueblos indígenas amazónicos padecieran de amnesia. Pero las consecuencias son siempre las mismas: devastadoras y brutales.
Las historias de los pueblos están llenas de esperanza y saberes valiosos, pero también de dolor, sufrimiento y muerte. Los mayores transmiten sus relatos con la voz quebrada por el miedo y la tristeza, emociones que no pueden medirse en cifras ni estadísticas.
En el distrito de Parinari, una abuela cuenta a su nieta cómo el petróleo ha llegado hasta la luna, las estrellas y el sol, enfermándolos. “Yatsi y Yatsimirikua, con sus hijos, las estrellas y el sol, están tristes, tienen la cara manchada…” (Fragmento del relato Luna y Yatsimirikua).
A través de su historia, nos sumerge en una visión del mundo donde el dolor trasciende lo humano, afectando el equilibrio espiritual y la relación con las otras “gentes”.
En esta misma dimensión, las relaciones de cuidado y equilibrio con la naturaleza son inherentes, tanto a humanos como a no humanos. Así como el deterioro o la destrucción de la misma —narrados en los relatos sobre «el maleamiento del mundo», donde la «madre» o espíritu dueño se retira del lugar dejando en crisis a sus habitantes— es una preocupación compartida por humanos y no humanos.
Cada espacio físico, espiritual y sagrado es un territorio habitado y, en palabras más claras, tiene «dueño». Solo así es posible mantener el equilibrio en la naturaleza, esa dimensión más amplia de la vida y la convivencia.
El equilibrio entre todas las gentes
En la Amazonía habitan distintas categorías de «gentes». Ninguna se considera más importante que otra; en cambio, existe un equilibrio de poderes y roles que permite una convivencia armoniosa en el territorio. Sin embargo, cuando una de estas categorías transgrede las normas de relación, el equilibrio se rompe. Normalmente, los humanos somos transgresores.
Cuando esto ocurre, las otras categorías reaccionan con sanciones, manifestando su enojo a través de fenómenos naturales y sobrenaturales, como sonidos fuertes, relámpagos, vientos huracanados y lluvias incesantes. Entonces, aparecen y te atrapan las madres, los espíritus protectores o los dueños de los territorios, y podrías no regresar nunca más con tu familia.
En estos lugares no se puede cazar, pescar ni destruir, únicamente, para satisfacer ambiciones personales a costa de la necesidad de los otros o de la devastación de espacios ajenos.
Es crucial reconocer la existencia de distintas categorías de gentes en el territorio: «personas gente», «árboles gente», «animales gente», «aves gente», «peces gente», «espíritus gente», «karuaras gente» y muchas más. Ninguna de estas categorías discrimina a la otra; al contrario, se complementan y comparten el territorio amazónico. Cada una tiene su propio espacio, donde es dueña legítima.
Los derechos de los no humanos
Muchos humanos definimos el término «dueño» desde una perspectiva económica de propiedad. Al ser propietarios, nos convertimos en dueños absolutos de un determinado territorio. Sin embargo, esta visión ignora y despoja de todos sus derechos a las otras categorías de «gentes», otorgando carta blanca solo a los humanos.
El derecho de las «gentes» y de la naturaleza sigue siendo un tema pendiente entre los humanos, aunque está vigente y es urgente para las otras categorías de «gentes». Así lo plantean los kukama y otros pueblos indígenas, considerados injustamente desde el pasado como salvajes o seres sin alma.
El término «derechos humanos» solo se aplica a los humanos, excluyendo a los no humanos, lo que permite la concesión y enajenación de territorios con dueños.
Otras categorías de «gentes»
Los kukama hemos desarrollado formas de comunicación que trascienden lo humano. Por ejemplo, comunicarse con los árboles. Cuando un familiar está enfermo, nos dirigimos a un árbol medicinal para pedirle que lo sane.
En sueños, el sacha ajo nos indica cómo usar sus hojas o raíces para preparar el remedio. Una vez que el ser querido se recupera, volvemos al árbol en silencio para agradecer y ofrecer respeto y protección.
Una mujer se sienta cada tarde a orillas del río Marañón y observa fijamente sus aguas, como si sus ojos absorbieran su caudal. Hace 15 años, su hijo cayó al río y nunca encontraron su cuerpo.
Ella lo sueña vivo y le pide que regrese, pero él solo vuelve en sus sueños. Se ha convertido en karuara y ahora vive en el río. Su relación es de un amor profundo, y ella cuida al río para que su hijo siga viviendo feliz dentro de él.
Don José, desde niño, iba a pescar con su abuelo. Al llegar al lugar de pesca, su abuelo le enseñó a pedir permiso al «dueño» de la cocha. Hoy, con más de 70 años, sigue honrando esa enseñanza.
Esta comunicación y convivencia más allá de lo humano es practicada por los kukama y otros pueblos, reafirmando la existencia de otras categorías de «gentes», dueñas de su territorio y responsables del equilibrio en la Amazonía.
Ni casa ni común
Desde la lógica económica que prioriza la propiedad, el término «casa» es entendido por los humanos como un bien material, una propiedad de la que hay que apropiarse. En esta visión, la Amazonía se considera un territorio libre, sin dueño. Si es un bien material, entonces, según el capitalismo, cualquiera puede disputarse su compra bajo la premisa de que «todo tiene un precio».
El concepto de «común» también es problemático. Según el diccionario, algo común «no pertenece privativamente a nadie, sino que se extiende a varios». Gran parte de la Amazonía no está titulada ni es propiedad privada, lo que lleva a interpretaciones ambiguas sobre su pertenencia.
Bajo esta lógica, la frase «la Amazonía es la casa común» se usa para justificar su apropiación con el argumento de que «todos la cuidamos». Sin embargo, este mismo razonamiento ha servido para legitimar genocidios durante la época del caucho y asesinatos impunes en la actualidad.
La Amazonía, saqueada históricamente, sigue sufriendo y enfrenta amenazas aún mayores contra los pueblos que siempre la han protegido y contra las «gentes» que han garantizado su equilibrio.
¿No merece que reflexionemos mejor sobre lo que estamos diciendo y haciendo en medio de una Amazonía en disputa? Ningún interés nacional ni económico puede ser más importante que la vida y el respeto de los territorios y sus gentes.
Desde el pueblo kukama, los invitamos a escuchar los gritos de los pueblos y las «gentes» que han mantenido el equilibrio de esta querida Amazonía.
Reconocemos, en el Papa Francisco y su magisterio, una alianza legítima y fértil. Por ello, compartimos estas reflexiones sobre «la casa común» y lanzamos estas alertas ante cualquier humano, cristiano o no, que pretenda saquear, destruir y asesinar la Amazonía y sus gentes.
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