Texto: Óscar Muñoz, Universidad Complutense de Madrid | Fotografía: Óscar Muñoz
¿Qué piensan los pueblos indígenas de América del cambio climático? ¿Tienen una percepción del mismo? En caso afirmativo, ¿se asemeja esta percepción a la de Occidente?
Intentaré responder a estas preguntas a partir de las impresiones de los campesinos quechuas del sur de Bolivia o, al menos, de aquellos que habitan en el ayllu Coipasi en el centro del Departamento de Potosí.
En la región suelen existir dos estaciones climáticas bien diferenciadas: la época de lluvias, que comprende de septiembre-octubre hasta marzo-abril; y la época seca que va desde marzo hasta agosto. Los meses de enero y febrero son aquellos en los que se registran mayores precipitaciones; y los de julio y agosto los más secos, donde prácticamente no llueve nada, más allá de alguna tormenta esporádica. Durante las lluvias se esperan unas condiciones climáticas constantes que se resumen básicamente en un cielo cubierto donde cae una lluvia constante que no es ni abundante ni escasa (a la que en quechua denominan llanupara). Las temperaturas, además, son suaves, pues corresponden con el verano en el hemisferio sur. Por tanto, la estación, pero también el cielo cubierto y la lluvia, provoca que no haga ni mucho frío ni mucho calor. Durante el tiempo seco, en cambio, el sol está siempre presente en el cielo y esto provoca una sequedad total del terreno y unas temperaturas que oscilan entre muy altas durante el día y muy bajas en la noche.
Pero este es el clima ideal, el que debería darse y el que se espera que haga. En la actualidad “la clima ha cambiado” como se encargan de repetir constantemente. Básicamente resumen este cambio en que “no llueve a tiempo” y que hace mucho calor. A modo de testimonio personal, en mi última estancia allí, entre marzo y abril del año 2024, así fue: no llovió prácticamente nada más allá de una pequeña tormenta y hacía realmente mucho calor. Pero expliquemos un poco a qué se refieren con estos dos cambios y cuáles son sus implicaciones.
Lluvia
Cuando llegué al lugar a mediados de marzo los campesinos no se cansaban de repetirme que la recién acabada temporada de lluvias había sido abundante. Es decir, que había llovido mucho. Eso parecía indicar también el aspecto del paisaje, pues se podía ver el campo muy verde, repleto de plantas e, incluso, en las zonas cercanas a los cerros, de un aspecto frondoso (Imagen 1). Pero en realidad, pese a todo, insistían una y otra vez que no tenían agua. Como no lograba entender esta aparente contradicción o, al menos, confusión por mi parte, me fueron explicando poco a poco. En realidad, como dicen que lleva sucediendo desde hace muchos años, había llovido mucho, pero concentrado en menos tiempo (dicen que ahora llueve entre enero y comienzos de marzo). De igual forma, afirman, llueve en exceso, lo cual equivale a decir que la lluvia cae de una forma más torrencial de lo deseado.

Imagen 1. Departamento de Potosí, Bolivia. Fotografía: Óscar Muñoz
Esto no es banal, pues señalan que no es una cuestión de cantidad de lluvia, sino de “llover bien”, “llover suavecito”, “llover de a poquito”, etc. Expresiones varias que utilizan para expresar la necesidad de que la lluvia caiga durante un largo periodo y de una forma constante, sin ser excesiva, pero tampoco escasa. ¿Por qué es esto importante? Porque así el agua va empapando poco a poco la tierra, la va humedeciendo hasta filtrar lo necesario en su interior. Esta cantidad correcta de filtración la suelen indicar siempre con una apertura de las manos que estaría entre los 20 y los 30 centímetros. Estas circunstancias sólo son posibles si se produce una temporada de lluvias correcta. En las circunstancias actuales, en las que llueve muchas menos semanas y, en muchas ocasiones de modo torrencial, no existe agua acumulada ni en la tierra ni en los cerros. La lluvia que cae así es agua perdida.
Calor
¿Por qué llueve ahora de una forma más torrencial? La respuesta a esta pregunta la encontramos en el segundo de los elementos que señalan los campesinos locales como aquel en el que también se refleja el cambio en “la clima”: la temperatura. La explicación parece más o menos sencilla: al haber muchas menos semanas de lluvias, hay una menor presencia de nubes y, por tanto, son más los meses en los que los cielos están despejados y el sol hace acto de presencia. Cualquiera que haya estado en los Andes sabe que en cualquier época del año, durante un día soleado, el calor aprieta con fuerza a esas alturas. Pues ésta es la climatología más frecuente hoy en día durante gran parte del año. Si antes había, como he mostrado, unos 4 meses sin nada de lluvia (mayo a agosto), en la actualidad se han incrementado a 6 o 7 meses. Esto provoca no únicamente que haya más horas de sol y, por tanto, de calor, sino que este calor contribuye a la evaporación del agua y a la sequedad de la tierra. Si la tierra tiene menos agua en su interior por la forma de llover, también corre el riesgo de que se seque antes por la presencia constante de altas temperaturas.
Es más, los campesinos aseguran que esta circunstancia, las altas temperaturas junto a una tierra seca, provoca que se formen las cada vez más frecuentes tormentas, lo que ellos denominan lukupara. Hablamos de esas nubes que aparecen de una forma relativamente rápida en las horas de más calor de un día despejado, para descargar una fuerte tormenta y posteriormente disiparse para dar paso de nuevo a los cielos despejados y el sol. De hecho, en la región, la denominan en castellano “la nube”. Y, como he mostrado, esta lluvia torrencial, que no es capaz de penetrar en la tierra, sino de correr cerros abajo y terminar perdiéndose en la pampa (llanura) donde no hay ni pueblo ni huertas, no es considerada agua, pues no se queda con ellos (con los runakuna, las personas) y no contribuye a establecer relaciones entre humanos, humanos y animales, humanos y plantas o plantas y animales.
Teorías indígenas sobre el clima
Se ha escrito mucho sobre la enorme incidencia que tiene el clima en los Andes y, más concretamente, en Bolivia. Se ha hecho desde la academia, pero también, con cierta insistencia en los medios de comunicación. El 10 de diciembre de 2023 el diario español El País publicó un texto que tituló “La tormenta perfecta acecha a Bolivia, el país más vulnerable a la crisis climática de América del Sur”. Pero, de igual forma, fueron en su día noticia de diarios internacionales el fin de los glaciares, la desaparición del lago Poopo o, más recientemente, los múltiples incendios que asolaron la Amazonía.
Pero todos estos reportajes periodísticos hacen una clara distinción entre lo que es el cambio climático, tal cual como lo entienden los biólogos y se plantea desde la ciencia occidental, y lo que son las consecuencias a nivel regional y las respuestas locales a estos desafíos. Es decir, la población del Altiplano boliviano, indígena o no, solo tiene algo que decir respecto a cómo sobrevivir a esta catástrofe climática. No se espera que tengan nada que aportar a la ciencia y, por supuesto, no se les pregunta por su visión de este cambio en el clima. Se confía en su capacidad de resistencia y supervivencia y, con suerte, en que sean capaces de trasladarnos soluciones a toda la humanidad ante lo inevitable. Pareciera que, como campesinos quechuas, aymaras o guaraníes, poco tienen que aportar al conocimiento científico. Para decir qué es el cambio climático y cómo son las lógicas que lo articulan ya están los científicos.
En realidad, a estas poblaciones se les presenta como sujetos pasivos e indefensos. Solos con sus prácticas ancestrales para hacer frente a algo de lo cual solo Occidente y la ciencia tiene respuesta. Y esto no es banal, pues los artículos periodísticos, ya sean en prensa, radio o televisión (ya no digamos en los medios de dudosa reputación que inundan las redes sociales) son los que llegan a la mayor parte de la población. Afortunadamente un gran número de proyectos de investigación, de exposiciones y de espacios como en el que esto se está publicando, permiten otro tipo de difusión.
Lo que aquí he querido presentar es una teoría indígena sobre “la clima” y el cambio climático. Una forma campesina y quechua de explicar porque las cosas están pasando cómo están pasando. Porqué hace calor, porqué llueve menos y mal, y porqué la tierra está seca. Más allá de convertirse en guardianes del planeta o en ejemplos para las conservaciones de la naturaleza, los pueblos indígenas son pensadores y creadores de teorías. Aunque sea en un pequeño y humilde espacio como este, creo que merecen ser escuchadas.
Nota: Esta reflexión es producto de la investigación que estoy realizando en comunidades quechuas del sur de Bolivia (Departamento de Potosí) en el marco del proyecto coordinado I+D+i, “Creatividad indígena frente a las crisis ambientales y sanitarias: expresiones culturales y mundialización de saberes” (Ministerio de Ciencia e Innovación, Gobierno de España). Este post etnográfico es el segundo de una serie que pretenden mostrar ejemplos locales de cómo está afectando a las comunidades indígenas aquello que algunos medios han definido como la “tormenta perfecta” de la crisis climática que afecta a Bolivia. Gracias a los habitantes de la comunidad quechua de Coipasi por aclararme cómo funciona el mundo.
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