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Por Luna Galvez
«Antiguamente solo los hombres ganaban dinero y se sentían superiores a nosotras, nos humillaban, pero ahora nosotras podemos ganar igual que los hombres o a veces más», dice una de las tejedoras de la comunidad quechua de Umasbamba.
Los tejidos naturales del Valle Sagrado del Perú, el secreto para el empoderamiento de las mujeres
Por Luna Galvez
RT, 22 de noviembre, 2019.- Desde tiempos ancestrales, los tejidos elaborados por muchas comunidades andinas se han utilizado como vehículo de transmisión de hitos de la historia y de representación de elementos mitológicos. Algunas comunidades quechua del Valle Sagrado del Perú, han encontrado en la venta de sus tejidos una fuente de renta que, además, valoriza sus tradiciones. Aunque es una tarea tradicionalmente reservada a las mujeres, hoy en día hay cada vez más tejedores, y algunas personas se han agrupado en asociaciones para mostrar sus creaciones a los turistas. No obstante, para algunas mujeres tejedoras quechua, el hecho de conseguir una independencia económica les ha supuesto también un empoderamiento en defensa de la igualdad de género en el seno de sus familias, así como una mayor participación en la toma de decisiones de sus aldeas.
Tejer según la tradición andina para empoderarse económica y socialmente
A la entrada de Chinchero, un pequeño pueblecito de los Andes peruanos, brillan los colores de los tejidos que ondean al viento y engalanan las llamas que vigilan la puerta de entrada del taller de la asociación de tejedoras Kantu. Un hombre y cuatro mujeres indígenas de las comunidades quechuas circundantes exponen sus trabajos a los turistas que paran en este punto de la carretera. Chinchero es la puerta del Valle Sagrado, donde los Incas construyeron diversos monumentos para la agricultura ya que lo consideraban un lugar espléndido por sus condiciones climáticas y su ubicación geográfica. Situado a 50 minutos de automóvil de la ciudad del Cusco, el Valle alberga diversas comunidades indígenas que habitan en la región, así como atractivos restos arqueológicos y ruinas del Imperio Inca, entre las que destacan el Templo del Sol de la antigua fortaleza de Ollantaytambo.
Chinchero, en los Andes peruanos, donde comunidades quechua venden sus tejidos. Luna Gámez
Sentada en un banquito de madera, Segundina Tojta, miembro de la comunidad quechua de Umasbamba, agarra con fuerza los hilos amarrados a la tejedora. Tiene 68 años y teje desde los 8. «Me enseñó a tejer mi mamá, lo primero que hice fue una faja que en nuestra cultura nos protege la barriga», explica Segundina sin levantar la vista de su tarea. En diversas culturas, existe la tradición de protegerse el vientre de la entrada de malas energías y, además, se constituye como una parte esencial de la vestimenta tanto de hombres y de mujeres de muchos pueblos ancestrales. «Los dibujos de los tejidos, la forma de teñir y preparar nuestros hilos siguen exactamente igual que cuando yo era niña, son conocimientos que provienen de nuestras tatara-tatara-tatarabuelas», explica esta mujer que lleva dos años en el local donde se reúnen los asociados. «Antes nos conocíamos solo de vista, pero ahora ya somos como una familia», añade.
Segundina relata que se siente feliz cuando teje y que, gracias a la llegada del turismo a la región, sus tradiciones han sido valorizadas y esto les ha permitido mejorar sus ingresos. «Antiguamente las mujeres no podían trabajar así, no podían ganar dinero, solo el hombre podía. Nosotras tejíamos para vestirnos, trabajábamos en el campo y en la casa, en cambio ahora tanto las mujeres como los varones podemos producir económicamente», cuenta con una gran satisfacción esta tejedora. Cuando cuestionada sobre los principales cambios en su comunidad en las últimas décadas, ella responde que «lo principal es que las mujeres nos sentimos más independientes de nuestros maridos», sus compañeras alrededor sonríen. «Es cierto, –continúa Segundina– porque antiguamente solo los hombres ganaban dinero y se sentían superiores a nosotras, nos humillaban, pero ahora nosotras podemos ganar igual que los hombres o a veces más».
Segundina Tojta, de 68 años, miembro de la comunidad quechua de Umasbamba. Luna Gámez
Sus compañeras la apoyan y detallan que hace unos 15 años que la situación comenzó a cambiar. Según explican, anteriormente solo los hombres podían participar en las asambleas y tomar las decisiones para toda la comunidad. «Gracias a nuestra independencia hemos conquistado el derecho a opinar también, ahora podemos participar y hablar en las asambleas de nuestros pueblos, ya tenemos presidentas y líderes que son mujeres», añade Segundina.
Aunque ninguna de ellas ha ocupado hasta el momento un cargo de poder en sus aldeas, Cirila Singona, de 56 años, afirma que le encantaría llegar a ser presidenta de su comunidad un día. «Cuando una mujer llega a ser lideresa se pueden cambiar más cosas, nosotras podemos evitar que haya mujeres humilladas y violentadas porque entendemos lo que ellas pasan. En las generaciones precedentes el maltrato estaba muy presente. Yo siempre le he enseñado a mi hija que ella debe ser independiente, hoy con 27 años ella es una mujer fuerte y dura», cuenta Cirila.
Productos naturales utilizados en los tejidos. Luna Gámez
Esta tejedora explica también que hoy en día sus voces son oídas en discusiones políticas como las de la supuesta construcción de un aeropuerto en Chinchero. Si bien esta obra atraería un flujo de turistas, ella preferiría que no fuese realizado, ya que prioriza la tranquilidad, el respeto a sus aldeas y a sus tierras de cultivo tan necesarias para producir los alimentos esenciales para su dieta, como la papa o el maíz. «No podemos quedarnos sin cultivos para ir a trabajar a un aeropuerto. Si yo fuese presidenta intentaría buscar nuevas fuentes de renta que nos permitan continuar viviendo en nuestras aldeas, si nos organizamos bien podemos, por ejemplo, vender los preparados de nuestros tintes naturales», añade Cirila.
Tejidos tintados con plantas e insectos destinados al turismo
Flor de María Quispettito tiene 19 años, también teje desde la edad de los 13, pero su preferencia es el trato con los visitantes, por eso está estudiando para obtener la acreditación de guía turística. Además del quechua, habla español y un poco de inglés. «Yo quiero ser guía turística para mostrar todas nuestras riquezas, yacimientos arqueológicos, historias mitológicas, nuestros tejidos y nuestras comidas. Me siento muy orgullosa cada vez que llega alguien que se interesa y respeta nuestras costumbres», explica Flor.
Taller de las mujeres quechua para la fabricación de tejidos. Luna Gámez
Ella muestra con ilusión los detalles del trabajo de las tejedoras y tejedores de las comunidades indígenas del Distrito de Chinchero. Explica que si bien esta era una labor otorgada antiguamente a las mujeres, hoy en día también hay muchos varones que tejen. Flor hila fino en todas sus palabras. «Si observan bien, acá en nuestra región hay pocas personas calvas o con canas, eso es porque se lavan el cabello con nuestro champú tradicional», explica mientras muestra la raíz de saqta,que tiene una apariencia muy similar a la yuca, y que sirve para preparar un jabón natural con el que lavan la lana las llamas o alpacas. Clasifican la calidad de la lana extraída en tres categorías: la baby baby alpaca, es la que se obtiene al esquilar por primera vez el animal, es la más fina y la más suave. Una vez que le vuelve a crecer el pelo al animal ya nunca sale igual de suave como la primera. Hasta el cuarto corte de lana del animal se considera alpaca media y la que se obtiene posteriormente, que es considerablemente más recia, es la alpaca adulta.
La lana bruta se lava entre dos y tres veces. Una vez seca, se lleva a la pushka, nombre en quechua para la rueca con forma de peonza donde las tejedoras van dando forma a los hilos. «El grosor lo calculamos con la yema de los dedos, dependiendo de si va a ser para un poncho, una manta u otra prenda», explica Flor, que muestra su habilidad con el hilador mientras cuenta que las mujeres suelen tener tanta práctica que consiguen hilar mientras bailan, cuidan de sus bebés o caminan.
Flor de María Quispettito, de 19 años, mostrando los colores.
Todos los colores de las madejas que se obtendrán posteriormente provienen de tintes naturales. «En el teñido nosotras utilizamos diferentes hojas, flores, musgos o insectos. Es necesario hacer una infusión para poder sacarle el tinte a las plantas», detalla Flor, y continúa: «Por ejemplo esto es flor de jara para colores amarillos, si queremos un amarillo más oscuro lo dejamos más tiempo hirviendo». Para el color verde se utilizan hojas de chilca,una planta muy parecida a la coca; para los tonos violetas, el maíz morado; los grises provienen de las hojas del eucalipto; los naranjas se sacan de un musco que crece en forma de barbas en las rocas de las ruinas Incas de Ollantaytambo, los tonos azules –que son los más difíciles de obtener, según explica Flor– provienen de la hoja de una planta denominada carqueja fermentada con orina de niño varón porque contiene más urea que la femenina, según sus conocimientos.
«El elemento más importante de todos es la cochinilla, son unos bichitos que cuando los sacrificarlos desprenden un tinte natural rojo intenso proveniente de su sangre. De la cochinilla obtenemos más de 25 tonos diferentes de rojos mezclando su sangre con diversos minerales o extractos de frutas o plantas», explica esta joven tejedora. La cochinilla también puede utilizarse seca y triturada, y su tinte también se emplea como pintalabios natural.
Los productos utilizados para la confección de los tejidos. Luna Gámez
Una vez tintadas las lanas, se fijan los colores utilizando jugo de limón, piedra alumbre, sal de maras, arena y piedra volcánica. De esta forma, sus creadoras aseguran que los colores aguantan intactos por lo menos cuatro años. Flor explica que la elección de los colores está muy relacionada con el estado de ánimo de la creadora, siendo los tonos claros más frecuentes en momentos de alegría.
Telas que cuentan historias y representan elementos de la mitología quechua
«Los tejidos son un medio de comunicación en nuestra cultura», explica con voz bajita Edzon Quispe Pumayalli, el único hombre del grupo. Él fue el precursor de la asociación. Se aproxima lentamente cuando percibe que el asunto trata sobre la simbología de los tejidos y admite que él es un tejedor con mucho orgullo. «Cada diseño que plasmamos en el tejido tiene un significado. Por ejemplo, este zigzag representa las montañas que rodean nuestras aldeas y en estas formas vemos las dos lagunas que hay en Chinchero», afirma. Edzontambién muestra la representación del calendario Inca en sus telares, otros diseños plasman elementos sagrados como son los ojos del puma, el pico del cóndor o las flores de la papa, entre otros. Según lo que quieran contar, los dibujos y los colores se combinan de una forma específica. En la representación de la Pachamama pueden encontrarse sucedidas las siguientes figuras: las montañas, los ríos, las garras del cóndor y la ‘chaska’, que son las estrellas.
Edzon Quispe Pumayalli, el único hombre en este grupo de tejadoras. Luna Gámez
Otras telas cuentan historias pasadas o creencias más específicas. «Acá tenemos el dibujo de la dualidad andina, Waipo que representa a todos los varones, Piura que representa a todas las mujeres. A los costados siempre ponemos algún elemento protector, en este caso son las garras del puma», relata. Este tejedor insiste en que los tejidos son una parte esencial de la diversidad cultural de muchas comunidades quechua. Él muestra varias telas con las historias del Cusco, entre ellas la de Túpac Amaru, líder de la principal sublevación contra los colonizadores. «Los españoles intentaron asesinarlo tirando de sus extremidades con cuatro caballos en la Plaza de Armas del Cusco, pero como no conseguían matarlo, acabaron decapitándolo y descuartizándolo. Mandaron sus pedazos a varias ciudades del Perú para dar muestra de su fuerza», explica Edzon. «Contando su historia, nosotros nos revelamos contra esta humillación y seguimos honrando y representando al espíritu de Túpac Amaru en nuestros tejidos», concluye.
Cuestionados sobre la transmisión de estos conocimientos, Cirila Singona interviene y explica que este conocimiento se pasa de una generación a otra de forma visual. «Nosotras guardamos todos los dibujos en nuestras cabezas, usamos más de 30 diseños ancestrales diferentes», afirma. Además, explica: «Los memorizamos, sabemos cuáles son las formas sagradas y nunca hemos necesitado copiarlas en un papel». Singona añade que un tejido solo está acabado cuando se le hace el borde, que es específico de cada tradición. En su cultura, el borde simula una cenefa con unas pequeños círculos que ellos denominan «ojos de princesa» y, generalmente, este lo realiza una persona diferente a la responsable por el tejido principal.
Se sirven del hueso de la tibia de la alpaca o de la llama para hacer el tejido resistente al viento y el agua. Luna Gámez
Singona explica que tejer es una actividad que requiere mucha paciencia. Se ayudan de elementos como el hueso de la tibia de la alpaca o de la llama, que sirve para dejar el tejido lo más tupido posible y que, de esta forma, pueda ser resistente al viento y a la lluvia. Ella muestra que cada una de las mantas donde transportan a los bebés posee más de 1.500 hilos diferentes y conlleva varios meses de trabajo, considerando que tejen entre cinco y seis horas diarias porque se les cansa la vista y la espalda. «Tejer nos da alegría, pero tenemos que estar muy concentradas porque sabemos que en cada tejido estamos contando nuestra historia», declara ella.
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Excelente artículo para difundir parte de la cultura peruana , pocas veces he tenido el gusto de leer un artículo tan descriptivo de las costumbres y los modos de superación de muchas mujeres con habilidades aprendidas de generación en generación.