Texto: Óscar Muñoz Morán | Fotografías: Óscar Muñoz Morán
Huachaques, mahamaes, puquiales. Todos ellos hacen referencia a algunos de los muchos sistemas de control hidráulico (en la literatura llamados “sistemas de riego”) puestos en marcha por sociedades andinas en el tiempo prehispánico. El estudio de estos sistemas ha ocupado un lugar destacado en la investigación arqueológica de culturas como la mochica o nazca (Intermedio Temprano, 200 a.C. al 600 d.C.) o la inca (Horizonte Tardío, 1430-1532), entre otras.
Más allá de que la preocupación por el control del agua fuera una constante en muchas culturas de la antigüedad, es evidente que el contexto geográfico, orográfico y climático de los Andes ha hecho, desde siempre, que la creatividad e innovación local haya estado presente a la hora de solucionar los problemas, más o menos acuciantes, de escasez de agua en la región. Que este bien, el agua, no es abundante en la mayor parte de las diferentes alturas andinas es una obviedad. Que en la actualidad países como Bolivia están sufriendo una sequía especialmente aguda, es una evidencia. Y que los pueblos y comunidades de la región siempre han manifestado la necesidad de mayores cantidades de agua para satisfacer sus necesidades, especialmente agrícolas, es una constatación etnográfica.
Así sucede, por ejemplo, en las comunidades quechua del sur de Bolivia, donde la crisis por la ausencia de agua es especialmente significativa. Coipasi es uno de estos lugares, cuyo estudio de los sistemas de control y gestión del agua puede ayudar a comprender las lógicas relacionales de sus habitantes con el ella.
Coipasi es un pequeño núcleo, donde apenas residen habitualmente entre 90 y 100 habitantes que tienen en la agricultura su actividad principal. Ubicado en el Departamento de Potosí, está situado en un valle encajonado entre una extensa y poco fértil pampa y una cadena montañosa dominada por el cerro Tumillki. Sus tierras, al menos las más cercanas al pueblo, están regadas por una cantidad importante de pequeños ríos y ojos de agua que se encuentran en los cercanos cerros. Fuentes de agua abundantes en época de lluvias (en teoría de octubre a febrero) pero que tradicionalmente parecen desperdiciar su líquido vertiéndolo en la pampa, lejos del pueblo y de las huertas. En temporada seca (en principio de abril a agosto) estas fuentes mantienen un agua constante, aunque cuando la sequía es acusada no hay suficiente para abastecer a todas las necesidades del pueblo, especialmente las agrícolas.
Este ciclo de lluvias, como en el resto de los Andes, ha procurado que los campesinos deban desarrollar ingeniosos y creativos sistemas de acumulación y regulación del agua desde, como hemos visto, la época prehispánica hasta la actualidad. Hoy en día a los medios más tradicionales como los canales y las acequias o el sistema rotativo y estipulado de apertura y cierre del agua para el riego, se están uniendo a complejos sistemas de canalización de las fuentes de agua o incluso importantes obras de ingeniería como represas con compuertas.
Desde una mirada panorámica, incluidas sus huertas y cerros, el pueblo parece un pequeño oasis verde en mitad del Altiplano surandino. Nada parece presumir, desde esta posición, que el territorio está salpicado de tuberías de mayor o menor grosor y envergadura, de estanques, pilas o incluso grandes represas. Los coipaseños han diseñado un espacio que debe ser regado, como si de un cuerpo y la sangre se tratara, por innumerables vías de canalización del agua y por un número importante de depósitos de acumulación de la misma.
Visión panorámica de Coipasi y los cerros (al fondo), marzo de 2024. Fotografía: Óscar Muñoz Morán
Cuando uno camina entre huertas, ríos y cerros, puede apreciar que el paisaje ha sido transformado y mutilado para incorporarlas: pequeñas o grandes tuberías que cruzan los ríos, pequeños tapis (estanques) repartidos por todos los rincones del pueblo,obras de ingeniería local que modifican el curso de los nacimientos de los ríos, o, incluso, como en la actualidad, una gran represa entre varios cerros y ríos promocionada por la municipalidad y la gobernación de Potosí. Todo ello como parte de lo que
podríamos considerar un modesto e histórico extractivismo propiamente andino.
Nacimiento de un río con tuberías que modifican su cauce natural, marzo de 2024. Fotografía: Óscar Muñoz Morán
Los campesinos locales parecieran incluso insaciables respecto a la existencia de estas pequeñas obras de ingeniería, pues siempre están solicitando más tuberías para modificar otros cursos de agua e, incluso, están iniciando los trámites para poder construir otra represa.
Estado de las obras de construcción de la represa en Coipasi, abril de 2024. Fotografía: Óscar Muñoz Morán
Pero expliquemos la obviedad. Mientras las prácticas extractivistas de las grandes empresas y corporaciones tienen como principal objetivo precisamente el de extraer y conseguir beneficios con los recursos naturales (para el caso que nos ocupa, sería el agua). En el caso de los campesinos andinos, por el contrario, sus intenciones son las de gestionar lo mejor posible el agua, contribuyendo así al equilibrio justo de la ecología particular de la que forman parte.
La cosmología local afirma que una vez que las nubes depositan el agua en la tierra, el hombre es el responsable de su gestión para hacerla llegar a todos los seres vivos que pueblan el kaypacha (espacio que se habita, básicamente, la tierra). Se entiende que el cosmos andino está formado por plantas, animales y personas (runas) y que existe lo que en la región se denomina “crianza mutua” entre todos ellos. Es decir, hombres y animales dependen de las plantas, pero éstas, en un contexto climático tan
adverso como los Andes, solo son posibles si el hombre se las ingenia para hacerlas aparecer y para mantenerlas (crianza). Y la presencia de las plantas solo es posible con la existencia del agua. Por tanto, la gestión de este bien, que solo puede estar a cargo de los hombres, se torna fundamental para guardar el equilibrio. Además, la existencia de las plantas también asegura una temperatura y un clima adecuado que permite la presencia de las nubes y, por tanto, de la lluvia.
Es en este contexto en el que se explica la obsesión del campesino andino por el agua. Su preocupación, en muchas ocasiones, no es tanto por la cantidad que exista, si no por la capacidad de poderla aprovechar, de que no se desperdicie y pueda llevarse a cada uno de los rincones (que, por otra parte, sabemos que en el espacio andino son escasos) donde se pueda plantar una chacra (huerta), pueda crecer el choclo (maíz) o puedan pastar las ovejas. Como en Coipasi, también las culturas del pasado buscaron formas de almacenar y llevar esta agua hasta lugares donde no la había. Invito al lector a rastrear sobre los famosos y durante mucho tiempo misteriosos puquios de los nazca. Verá ahí de lo que estamos hablando y de cómo estos puquios, así como las represas preincas e incas, son los mismos modos de relacionarse con el agua y con el entorno de como lo hacen los campesinos actuales.
Nota: Esta reflexión es producto de la investigación que estoy realizando en comunidades quechuas del sur de Bolivia (Departamento de Potosí) en el marco del proyecto I+D+i, Creatividad indígena frente a las crisis ambientales y sanitarias: expresiones culturales y mundialización de saberes (Ministerio de Ciencia e Innovación, Gobierno de España). Este post etnográfico es el primero de una serie que pretenden mostrar ejemplos locales de cómo está afectando a las comunidades indígenas aquello que algunos medios han definido como la “ tormenta perfecta ” de la crisis climática que afecta a Bolivia.
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