Por Roger Canals, Proyecto MEDIOS INDÍGENAS
La dramática e inesperada irrupción del Covid-19 ha tenido consecuencias en todos los ámbitos de lo social: desde la economía hasta las relaciones familiares o vecinales, pasando por la ecología, los movimientos sociales o la educación. Se trata de un fenómeno disruptivo en mayúsculas, que ha instaurado un antes y un después en nuestras vidas, y que nos ha obligado a replantear y reinventar muchas de nuestras prácticas cotidianas.
La propagación global de la pandemia –y el conjunto de medidas restrictivas impuestas para mitigar su incontrolada transmisión– está teniendo efectos sobre una esfera clave de la vida social sobre la cual la antropología ha centrado gran parte de sus estudios, a saber: la religión. Entendamos por “religión” un conjunto de creencias y prácticas relativas a lo sagrado o lo sobrenatural que se traducen en una inmensa variedad de ceremonias y rituales en los que “creyentes” o “practicantes” se relacionan con entidades “sobrenaturales” (espíritus, divinidades, fuerzas de la naturaleza) para lograr ciertos fines (curar, adivinar el futuro, purificar, hacer peticiones espirituales o rememorar el pasado mítico de una comunidad). La religión no constituye una esfera separada de la vida cotidiana: para millones de personas es precisamente aquello que regula y ordena la vida diaria y las relaciones sociales que en ella se generan.
Desde el estallido de la pandemia, han empezado a surgir estudios para entender cómo el COVID-19 está alterando el curso de las prácticas religiosas –y, por consecuencia, el día a día de las personas que forman parte de las comunidades de culto. Ver, por ejemplo:
Sin embargo, poco se ha dicho en relación a las consecuencias de la pandemia en este conjunto de prácticas religiosas que se ha convenido en llamar “religiones afroamericanas” o “afro-latinoamericanas”. Nos referimos aquí a “religiones” como la llamada Santería, el Candomblé, el Palo Mayombe o el Vudú, por un lado; o a prácticas como el espiritismo dominicano o puertorriqueño, la Umbanda o el culto a María Lionza, por el otro. Todas estas prácticas son muy distintas entre si y es problemático hablar de ellas como de un conjunto homogéneo. Sin embargo, todas tienen en común el hecho de haber surgido en el continente americano a raíz del encuentro (las más de las veces, violento) entre poblaciones de origen indígena, africano y europeo. Se trata de cultos globalizados, que se practican en muchos países del mundo, y que presentan también una fuerte presencia en Internet.
El estallido de la pandemia en muchos de los países latinoamericanos donde se practican estos cultos está siendo devastadora. Hay que tener presente que muchos de dichos países ya acarreaban graves problemas socio-sanitarios como consecuencia de la pobreza crónica, de desastres ecológicos o de conflictos políticos y sociales. En todo caso, la presencia del COVID-19 ha conllevado en muchos territorios la adopción de dos medidas legales de gran alcance para el desarrollo de estas prácticas religiosas (y de muchas otras). La primera es la prohibición de acceder a lugares sagrados (como, por ejemplo, la Montaña de Sorte en el caso del culto a María Lionza en Venezuela). Esta medida ha interrumpido todos los procesos de peregrinaje y contacto de los “creyentes” con su “geografía mítica”. Esta “desatención” al espacio mítico tiene repercusiones ecológicas (los espacios míticos han dejado de usarse temporalmente, degradándose o, contrariamente, recuperándose de su desgaste habitual) y, sobretodo, repercusiones sociales. Hay que tener en cuenta que los peregrinajes constituyen espacios esenciales en términos de relacionalidad: es allí donde mucha gente se conoce e intercambia objetos, experiencias y saberes. Por otro lado, el COVID-19 ha implicado la interdicción de reunir un numero significativo de asistentes en las ceremonias y de mantener una distancia entre los participantes. En el caso de estas “religiones”, limitar el contacto social equivale prácticamente a impedir la celebración de la mayoría de rituales, que se basan precisamente en el encuentro físico y sensorial entre fieles –y entre éstos y las divinidades.
Este conjunto de medidas parece haber tenido por lo menos dos consecuencias inmediatas en el desarrollo de los rituales. La primera es la agudización de la práctica privada de los cultos. Muchas de estas religiones se llevan a cabo en el interior de casas en patios particulares o en terrenos colindantes a los lugares de residencia. Fuera de Latinoamérica, su práctica se desarrolla a menudo en apartamentos o casas particulares al margen del espacio público. Todo parece indicar que esta tendencia ha ido en aumento durante las últimas semanas. Los cultos se han recluido, realzando su dimensión más íntima y familiar. Se han limitado también los dispendios monetarios en las ceremonias, entre otras cosas debido a la crisis económica que ya ahora está afectando a millones y millones de personas. Estamos pues a las puertas de un cambio que parece orientarse hacia un desarrollo más austero e íntimo de las prácticas religiosas.
La otra consecuencia evidente de la propagación del llamado “coronavirus” es el incremento del uso de dispositivos tecnológicos para realizar las ceremonias. Los medios de comunicación digital (redes sociales, canales de youtube, blogs, páginas web) se reivindican como una estrategia para compensar la imposibilidad de interaccionar directamente. El uso de dispositivos digitales para fines rituales no es algo nuevo en estos cultos, al contrario. Desde hace más de una década, diferentes estudios han mostrado cómo los “creyentes” han adaptado creativamente los dispositivos tecnológicos para fines rituales. Así, existen numerosos ejemplos de purificaciones on-line, lecturas de tabaco por Skype, uso de imágenes digitales como amuletos y hasta rituales de posesión espiritual a distancia. En los cultos afroamericanos (como en cualquier otra esfera de los social) existe una continuidad entre el mundo on-line y off-line. Lo que ocurre es que esta “migración tecnológica” de los cultos afroamericanos se ha vista agudizada en las últimas semanas a causa de la imposibilidad de tener un contacto físico. Frente a esta situación, los medios se han reivindicado como un dispositivo de relación social y de comunicación entre los “creyentes” y entre éstos y las entidades espirituales.
Antes de terminar, quisiera apuntar una idea final en relación a las repercusiones del COVID-19 en la práctica ritual que tiene que ver con la “predicción” de la pandemia. Los cultos afroamericanos reúnen una gran variedad de rituales orientados a prever el futuro. En este sentido, algunos médiums o materias afirman (mayoritariamente a través de plataformas como Facebook o WhatsApp) que determinados espíritus ya habían anunciado que algo así iba a ocurrir. Esta “anunciación” se habría producido mediante objetos divinatorios (caracoles, tabaco, cartas) o durante sesiones de posesión espiritual, en los que los espíritus “bajan” en el cuerpo de las materias. Este es un punto interesante si se tiene en cuenta que una de las características de esta pandemia es su inesperada aparición, que ha cogido a contrapié hasta los científicos más punteros. En este sentido, observamos también que muchos de los rituales actuales tienen precisamente por objeto predecir cuándo va a terminar la actual situación, qué medidas deberemos adoptar en un futuro y como será esto que los gobernantes llaman “nuestra nueva normalidad”.
En resumen, vemos cómo la esfera ritual se reivindica ahora más que nunca como un espacio de discusión, de información y hasta de concienciación social, es decir, como una estrategia para dar respuesta a un futuro incierto que transformará también las formas en las que los seres humanos se relacionan con las fuerzas o entidades sagradas y las maneras en qué utilizan los medios de comunicación.
Fotografía: https://www.latimes.com/espanol/california/articulo/2020-05-17/santeros-presagiaron-el-coronavirus-y-como-se-produjo-un-ano-negro-con-muchas-lagrimas
Deja una respuesta