YEPAN reproduce una entrevista a Vincent Carelli, documentalista, iniciador del proyecto Video nas Aldeias
El documentalista Vincent Carelli lleva tres décadas usando el cine para mostrar el patrimonio cultural de los pueblos indígenas
Poco antes de morir, el célebre antropólogo Claude Lévi-Strauss le escribió una carta a Vincent Carelli (París, 1953) para felicitarle por una de sus películas sobre la tribu panará de Mato Grosso: «Es la mejor película que he visto sobre los indios americanos. Tengo la sensación de ver la vida indígena desde dentro». La vida de Carelli, «antes activista que cineasta», cambió para siempre cuando a los 16 años llegó a un poblado kaiapoi en el estado de Pará. Desde entonces ha utilizado su cámara para mostrar el patrimonio cultural de unos pueblos que se marchitan ante las presiones de las empresas agrícolas y del estado brasileño. El director participó en el festival DocumentaMadrid para presentar «Martirio», un documental sobre las matanzas contra los indios guaraníes que luchaban por recuperar sus territorios.
«Mi fascinación por los indios nació a los 6 años, cuando ya vivía en Sao Paulo y encontré en casa de mi abuela una fotografía de un indígena con arco y flechas», rememora Carelli, «la primera vez que fui a un poblado me llevó un cura dominicano, y descubrí que nadie sale impune de una aldea india, te cambia la vida. Luego fui un año a la universidad a estudiar antropología, pero lo dejé porque era un joven muy rebelde y quería vivir experiencias». Corrían los años de la dictadura militar y pronto la rebeldía del joven Carelli irritó a un coronel, que lo apartó del poblado en el que trabajaba por «ser amigo de los indios».
Siguió molestando a los militares fundando en 1979 junto a varios amigos el Centro de Trabajo Indigenista, una oenegé tachada de «indigenismo subversivo» por la dictadura brasileña, que se esforzaba por disolver a los indios en la cultura dominante. «Querían que se volviesen blancos, que se olvidasen de su lengua y sus costumbres y nosotros planteábamos un discurso de resistencia cultural», explica el documentalista. Carelli quiso ir un paso más allá, y aparte de grabar a los indios empezó a enseñarles a usar las cámaras y a producir sus propias películas.
Ese fue el origen de Vídeo nas Aldeias, una escuela de cine indígenapara romper con la imagen folclórica de los indios que se mostraba en las películas. «Había dos ideas detrás de este proyecto. Una era usar el cine para fijar la memoria del patrimonio cultural de los indios y la otra era usar las películas como puente de comunicación con los brasileños, que ignoran casi todo de los indígenas, como si fuesen invisibles», cuenta Carelli, «cuando los jóvenes indios cogieron las cámaras tuvieron que preguntar a sus mayores por las costumbres de la tribu. Fue un momento muy bello de aproximación entre generaciones, de transmisión de conocimientos».
«Todo lo que hicimos estaba enfocado a grabar la vida cotidiana de los indígenas, no lo que los blancos esperan que hagan los indígenas», dice el director, «siempre se graba a los indios desde una perspectiva externa, buscando lo exótico, lo bizarro. Nosotros quisimos mostrar la realidad y la intimidad de la vida indígena. Acercamos a los indios al público, y el público se dio cuenta de que ahí había una nueva mirada». Pero también hubo críticas de los más puristas, que acusaron a Carelli de corromper la cultura indígena llevándoles el cine, «pero si ellos han recibido tantas cosas malas nuestras, ¿por qué no darles una herramienta que puedan usar para su propio interés?», reflexiona.
Abrir caminos
Carelli ha conocido el menosprecio del mundo del cine brasileño, empeñado en adscribirle al guetto del «cine indígena»: «Un catálogo de cine brasileño decía que mis películas son más etnográficas que cinematográficas», se burla el director. «Empezamos a tener reconocimiento tras el estreno de Martirio, que tuvo un impacto muy grande en Brasil. El clima político estaba muy agitado y la proyección fue una catarsis colectiva: el público empezó a gritar, a insultar a los diputados…».
Carelli aspira a abrir caminos, a establecer un diálogo en un país en el que conviven dos mundos que no saben nada el uno del otro: «Brasil no conoce Brasil, y la mayor riqueza del país es su diversidad cultural», sentencia. El director es incapaz de extirpar el sentido cívico y social de su obra: «Los indígenas deben apostar más por la conciliación cultural que por la confrontación política. Si se ganan el cariño de la sociedad brasileña será más difícil que el gobierno tome medidas en su contra. Hay mucha ignorancia y muchos prejuicios, pero tenemos que trabajar para revertir esa situación».
Pero hay algo más íntimo, más profundo que la política en las aventuras indígenas de Carelli. «Lo he aprendido todo de ellos. Tienen una alegría de vivir, hasta en los momentos más dramáticos, que para mí es lo más importante de todo. Cuando mi mujer murió un psiquiatra me dijo que los indios me habían salvado». Lo suyo es algo más que un posicionamiento ideológico o una afinidad cultural: «Mi compromiso con los indígenas no es una misión; todo es por el puro placer de estar juntos».
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