Texto: Mònica Martínez Mauri | Fotografía: Mònica Martínez Mauri, Comarca Gunayala (Panamá).
En diciembre de 2023, el Ministerio de Salud de Panamá (MINSA), a través de su Dirección de Epidemiología, confirmó 16,577 casos de dengue en todo el país, frente a los 8.363 del año anterior. Aunque la mayoría de enfermos presentaron síntomas leves como fiebre, dolor de cabeza, molestia detrás de los ojos, malestares musculares y articulares, náuseas, vómitos, glándulas inflamadas y sarpullido, en 2023 el dengue causó la muerte de 16 personas. Las cifras son alarmantes no sólo para Panamá, sino para toda la región tropical. Si bien este aumento es evidente en las estadísticas a nivel nacional, es poco perceptible en los datos que llegan de las zonas indígenas, como la Comarca de Gunayala.
Tal y como pudo constatar la Dra. Mònica Martínez Mauri durante el trabajo de campo -realizado en julio y agosto- en el marco del proyecto CREALM en el sector occidental de dicha comarca, los centros de salud de la región no siempre disponen de test de detección de dengue, zika, chikinkuya o malaria. Los diagnósticos de estas enfermedades, en su gran mayoría, se realizan en la ciudad y se suelen practicar a las personas que tienen la oportunidad de desplazarse por motivos laborales −se trata de personal sanitario o de educación− o son trasladados de urgencia. Sin embargo, estos casos con contabilizados como urbanos.
Durante todo el año 2023 la crisis sanitaria provocada por el aumento de las enfermedades transmitidas por los mosquitos Aedes aegypti, Aedes albopictus, y Anofeles albimanus debido a la falta de control de vectores, no ha hecho más que agravarse.
Todo parece indicar que después del giro centralista que conoció el sistema de salud durante la pandemia por Covid-19, el modo de detección de este tipo de enfermedades no proporciona buenos indicadores para dirigir las acciones necesarias para erradicar los vectores. A parte de las fumigaciones, que solo eliminan los mosquitos adultos, pocas son las acciones que se están llevando a cabo para combatir el aumento de transmisores de los parásitos de la malaria o de los virus del dengue, el zika y el Chikungunya. Uno de los principales problemas es la proliferación de criaderos, los recipientes que contienen agua estancada sin contaminación donde los mosquitos depositan sus huevos. Durante la estación lluviosa los criaderos no dejan de multiplicarse. Por un lado, debido a la acumulación de basura por el uso masivo de envases plásticos y la falta de un servicio eficiente de gestión de residuos. Por el otro, por culpa del uso de tanques que almacenan agua de lluvia ante la falta de un suministro óptimo de agua potable.
Centro de salud detección COVID 19, Comarca de Gunayala (Panamá). Fotografía: Mònica Martínez Mauri.
Finalmente, algunos expertos alertan que este aumento de enfermedades tropicales transmitidas por vectores podría estar asociado con los efectos del cambio climático que, de forma directa o indirecta, favorecen la expansión de los mosquitos. El cambio de temperaturas, humedad, nubosidad, precipitaciones y radiación, entre otras variables climáticas, incluido los vientos, influirían en el vuelo del mosquito y su dispersión. Las variaciones que fenómenos como El Niño y La Niña introducen en el clima, pueden beneficiar la rápida evolución del mosquito acortando su ciclo vital, llegando antes a la edad adulta y aumentando así su capacidad reproductiva. Esto conduciría a un incremento considerable de las poblaciones adultas que, a su vez, facilitaría la propagación de enfermedades como el dengue o la malaria.
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